Nuestro país está transitando por un momento político único desde la vuelta a la democracia. La cantidad y diversidad de proyectos políticos en disputa, junto a la aparición estrepitosa de candidatos a la Presidencia de la República, los sorpresivos resultados del proceso de refichaje de los partidos políticos, en conjunto con una evidente crisis de confianza en instituciones públicas y privadas producto de escándalos vinculados a casos de corrupción; son elementos de un contexto que ha sido señalado por muchos como crítico y de alta incertidumbre respecto del futuro.
El tenor del debate público ha sido particular. Con momentos de tensión, densos, uso de lenguaje agresivo, y de profunda falta de diálogo entre los actores políticos. La confrontación entre los diversos proyectos se ha caracterizado por la utilización de descalificaciones personales, frases cargadas de cierta altura moral y del uso de dicotomías ficticias entre limpios v/s sucios, nuevos v/s viejos, democráticos v/s autoritarios o de populistas v/s proyectos “serios”.
Más que ideas, propuestas y épica, en declaraciones y portadas de medios de comunicación se ha hecho difusión de frases ácidas y de poco contenido político, contribuyendo a intensificar aún más una sensación de constante escándalo y conflicto.
Todo esto en un escenario mediado por un cambio explosivo en las formas de comunicación con la aparición y masificación del uso de redes sociales. Instrumentos que permiten interactuar de forma instantánea con dirigentes políticos, intensificando el interés por la figura pública y su vida personal, dejando de lado muchas veces la adscripción de los líderes y candidatos a proyectos con definiciones políticas claras y de carácter colectivo.
El nivel de odiosidad en el debate y la falta de límites éticos en la disputa por la hegemonía política y discursiva, han generado que dichos nuevos medios sean usados en muchas ocasiones para la difusión de noticias poco rigurosas o derechamente falsas y en muchas ocasiones con evidente intencionalidad de dañar a través de ellas la imagen personal de adversarios.
Uno de los desafíos más relevantes de la actividad política en regímenes democráticos es lograr interpretar los deseos y aspiraciones de la ciudadanía, intentando a través de ello, generar proyectos colectivos que aspiren a representar demandas y pulsiones sociales. El rol de la interpretación, es decir, de crear un marco explicativo para responder él “en qué estamos y hacia donde vamos” ha sido parte de las tareas clásicas de los partidos y movimientos políticos, quienes trabajan por lograr que sus interpretaciones logren ser hegemónicas entre otras para obtener mayorías que les permitan ganar elecciones y gobernar.
Realizar dicha tarea denostando a los adversarios y usando los medios para desinformar puede resultar en una estrategia que garantice réditos en el corto plazo: grito y plata. Sin embargo, plagar el debate público de comentarios malintencionados y ataques personales no hace más que continuar ampliando la distancia entre ciudadanía y proyectos políticos, además de relevar aspectos estéticos y personales más que ideas y formas de hacer.
No se trata de ser más o menos de izquierda, o más o menos de derecha, más bien de ser efectivo en el despliegue público del desprecio a los demás, convirtiéndose a través de ello en popular o trending topic, y luchando por mantener esa apariencia “limpia” y novedosa respecto de otros por un tiempo que permita obtener réditos políticos de ello.
El uso de medios innovadores, la transparencia y acceso a información, el conflicto y la intensificación de las identidades políticas, son elementos fundamentales para el ejercicio democrático. Sin embargo, las formas odiosas de aproximarse al debate público sólo contribuyen a acentuar en la emocionalidad política del país, la sospecha, desconfianza y la sensación de malestar frente a dirigentes, partidos y movimientos políticos, de forma transversal.
Eso que es nuevo y trending topic hoy, puede pasar rápidamente a estar en el centro de la odiosidad por alguna acusación, con fundamento o no, que afecte su credibilidad. Por eso, quizás es mejor hablar de política, ofrecer al país proyectos, propuestas y formas. Realzar las identidades políticas a través de ideas y valoraciones acerca las pulsiones de una sociedad que cambia rápidamente. Con un debate sano y un conflicto de adversarios políticos y no de enemigos participantes de un reality o show televisivo.
ESCRITO POR

Guillermo Marín
Director
Cientista Político Magister en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos Director de Ideas Socialistas.